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Entropía aspiracional: Del ciberfeminismo post-scoviético y el fotograma congelado geo-político

Bogna M. Konior

En la Red no cae nunca la noche. Palabras que aquí se hundirían sin dejar rastro se solidifican en una película, inmortalizadas en un brillo sin vida. —Joanna Bator, Ciemno, Prawie Noc* [Oscuro, casi noche]1

Lo que sea que permanezca sin alterar está esencialmente ya muerto. —El presidente Mao resucitado como inmortal digital en China 2185 de Liu Cixin2

Un cuento feminista en tres palabras: hay un cuerpo. Un cuento ciberfeminista en cuatro palabras: tu software sangra, duro. El feminismo entra en el ciberespacio, gritando: ¿hay alguien ahí? ¿Qué hay en una palabra? El ‘feminismo’ puede ser el espacio negativo del patriarcado o puede ser un pantano primordial generativo, una corriente subyacente calificativa de la historia conocida o una manera de fortificar las grietas, aparentemente insignificantes, de su busto. Caiga el hilo de Ariadne como caiga, y esté o no el medio-hombre, medio-bestia esperando al otro extremo, el feminismo nos dirá, “mira sus dedos.” Mira, no el hilo en sí, sino la manera en que el hilo es una extensión protésica de su cuerpo. Esta es su arma en el laberinto de redes, míticas o existentes.

El ciberfeminismo no puede ser fácilmente separado del ‘ciberespacio,’ un pobre descriptor de internet incluso en sus comienzos, cuando los bordes del laberinto parecían más fáciles de discernir. Cuando William Gibson acuñó el término en su cuento corto ‘Burning Chrome’ (1982), describía una dimensión paralela a la física, un territorio incorpóreo que almacenaba una gran riqueza de datos, a los que se podía acceder subiéndose a una conexión neural, posibilitada por el último dispositivo de alta tecnología.3 El ciberespacio es un término estético esencial al ciberpunk, uno de los (últimos) grandes géneros literarios ‘occidentales,’ antes de que la región empezara su descenso simbólico, escatológico. El espacio del ciberpunk no es distinto del espacio del western: imagina cómo la civilización traza líneas de demarcación entre sí misma y lo salvaje, o simplemente, lo desconocido, que es de forma simultánea una peligrosa ‘tierra oscura’ fetiche y un excitante territorio para la aventura a mapear.4 Este mapeo, bien de tierras coloniales o como tropo literario que lidia con la espacialidad de la ‘invisible’ world wide web, invita a un diagnóstico crítico de esta lucha por la certeza, por la maestría o la individualidad como un trastorno de ansiedad, donde las profecías paranoicas sobre el acechante asedio de la otredad justifican los ataques preventivos.

Si pudiera destilarse una intervención feminista correspondiente en estas batallas discursivas, su esencia sería el dictum de que el borrado de lo femenino se conduce dibujando el cuerpo como dicha tierra oscura. La mente conceptual, este es el argumento, tiene que definirse a sí misma como descuerpada porque es en la materialidad donde lo femenino es regente, de manera más aterradora en los casos de fabricación o aniquilación de una vida dentro de un cuerpo.5 El ciberfeminismo, entendido en este momento como una voz anglófona en esta discusión, fue definido a través de su negación del ideal desmaterializado del ciberespacio. En los noventa, VNS Matrix en Australia proclamó que “el clítoris es una línea directa a la matriz” y Sadie Plant en Inglaterra conjuró una realidad hipersticional en la que la historia de las mujeres y/como (la) tecnología, de la tejeduría a la simulación, mapeaba el advenimiento de sistemas inteligentes, auto-organizantes.6 Plant sostuvo que el patriarcado, inconscientemente, cayó en la trampa de las nuevas tecnologías, que habrán revocado finalmente el espejismo de que el mundo estuviera haciendo otra cosa que acelerar hacia una cada vez más redonda feminización. El patriarcado usa a las mujeres como su “medio de comunicación, reproducción e intercambio,” pero mientras los medios se multiplican, las mujeres se multiplican, “deviniendo crecientemente interconectadas” — ni las tecnologías en red ni la feminidad, que son equivalentes para Plant, necesitan “una organización centralizada,” ambas “evaden las estructuras de mando y control.”7

En estas narrativas, bien como reto al patriarcado o independientemente de este, la amenaza del feminismo llega a través del tacto, del slime, de la sangre o de otra materia sensual y orgánica entretejida en una tecnología aparentemente abstracta, inmaterial. Esto se ve no solo en la retórica ciberfeminista, sino también en lo que podríamos considerar su legado: análisis contemporáneos de tecnologías en red que prestan atención a su constitución y efectos materiales. Franco Berardi escribe que el autómata digital implica ante todo los sistemas nerviosos y el cerebro, mientras que Sarah Kember y Joanna Zylinska han trabajado para dibujar la interacción entre tecnología y biología como una investigación feminista.8 Kember escribe: “es con la relación entre lo biológico y las ciencias computacionales que argumento por la reinvención del ciberfeminismo.”9 Algunos años antes, Katherine Hayles llamaba a prácticas de re-encuerpamiento como forma de responder a formas de vida emergentes en tecnologías nuevas, y el marco ‘neomaterialista,’ a menudo en diálogo con las ciencias naturales, reinventa los estudios feministas del discurso más allá del lenguaje.10 ¿Queda espacio, entonces, para la desencarnación en el ciberfeminismo? Quizá, en otro lado de internet.

Durante la elección presidencial de 2001, una década después de que Polonia se independizara de la URSS, el colectivo ciberactivista CUKT (oficina central de la cultura técnica) escribió un “software electoral cívico,” que incluía una candidata presidencial llamada Wiktoria Cukt, un avatar de presentación femenina y pelo pelirrojo, que recordaba a una actriz glamurosa del Hollywood clásico, con peinado elegante y collar de perlas.11 La apertura de cada nueva sede electoral era una rave de nave industrial y técnica mixta con el físico animado de Wiktoria proyectado sobre las paredes. Cualquiera podía enviar postulados que querían que ella representara a través de una base de datos online. Todo lo que ocurrió fue filmado, digitalizado y circulado en internet, mientras que, al mismo tiempo, el colectivo compró tiempo en antena en televisión y llevó una campaña multi-póster por las principales ciudades polacas. Programada como una amalgama de las creencias de su sociedad, era una fantasma cibernética, una suma sin editar de quejas y deseos políticos.

En la superficie, Wiktoria encaja con la retórica de los noventa tardíos, cuando la idea de anonimato colectivo proporcionada por el ciberespacio estaba en el pico de su popularidad en la imaginación progresista ‘occidental,’ a la que la recientemente democrática Polonia quería reivindicar su pertenencia.12 Wiktoria informa de que “su programa [político] es un programa de ordenador” — la idea de los medios cibernéticos como una plataforma prometedora para la democracia directa era su componente crucial. Ejemplificando la descripción que hace McKenzie Wark de la clase vectorialista como el tipo ascendente de burguesía definido por su jurisdicción sobre la información, para Wiktoria, la política es la capacidad de controlar la información: “la información descontrolada puede ser letal,” avisa (o promete).13 Ella no era sino una cara más del simulacro que engendra toda política — “elijamos a quien elijamos,” dijeron sus creadores, “estaremos eligiendo a una Wiktoria Cukt.” Ella era un caballo de Troya, un virus que, de ser instalado por votación popular, expondría el absurdo de unas elecciones no-cibernéticas o tal vez de la democracia humana en conjunto.

Sin embargo, el proyecto escapa a la usual retórica feminista, en la que la supuesta superioridad ética de las mujeres sobre patriarcas estrechos de mente se manifiesta en un vocabulario de cuerpos porosos, ética relacional, redes afectivas de cuidados y devenires posthumanos. Al contrario, en su declaración de agenda, Wiktoria define su política como basada en “la producción agregada de humanos y máquinas,” y se describe a sí misma como el avatar de “la objetividad, el profesionalismo, la estandarización, la medida, el progreso;” en otras palabras, encarna todas las pesadillas de la teoría continental post-68 que, de forma más visible tras Mil mesetas de Gilles Deleuze y Felix Guattari, favoreció la subversión, el juego, la experimentación, los agenciamientos rizomáticos más que los arbóreos, la creatividad y la multiplicidad de la esquizofrenia sobre la neurosis del “yo” gerencial.14 En vez de adoptar ideales imperantes al otro lado de la Guerra Fría, como la descentralización, la horizontalidad y la localidad, Wiktoria reclamaba que todas las relaciones sociales deberían ser ‘técnicas’ (controladas por expertos), económicas (“el único criterio del cibermercado es velocidad y alcance”), eficientes y masificadas (“la cultura técnica es cultura de masas”). Podría resultar tentador utilizar estas divergencias con el canon ciberfeminista anglófono para señalar que sus ataques sobre la falsa universalidad del ciberespacio incorpóreo, patriarcal y gerencial son igualmente universalistas. Solo tendríamos que decir, ‘¡Ajá! ¡Lo que percibíais como un ataque a la universalidad está contaminado de la misma arrogancia universalista! El ciberfeminismo polaco es diferente. De medida y progreso es justo de lo que se trata. ¡Promover la descentralización no es más que imperialismo occidental!’ Pero me parece que el momento de estos desenmascaramientos ya había sido agotado y que ni siquiera el reparto original de Scooby Doo, los proponentes de este tipo de grandes exposiciones, se impresionaría con estas revelaciones.

Incluso si quisiéramos seguir por este camino, ¿acaso es un avatar ‘femenino’ suficiente para hacer de Wiktoria Cukt una trayectoria ciberfeminista alternativa? Solo el enfoque más superficial en la representación cultural podría producir una respuesta afirmativa. Aquí va una respuesta común a esta pregunta: Wiktoria no es más ‘feminista’ que la Alexa de Amazon o la Siri de Apple. En diálogo con el trabajo de Nina Power, Helen Hester describe cómo la historia de la automatización está íntimamente ligada a roles de género: comenzando en los años cincuenta, las máquinas se anunciaban como ‘mejor que humanas’ en el desempeño de tareas de secretaría, típicamente femeninas.15 Durante la Segunda Guerra Mundial, se usaron voces de mujeres en cabinas de avión porque las mujeres no habitaban esos espacios y el sonido de una voz femenina se distinguía mejor. La presencia tecnologizada, desencarnada, de las mujeres a menudo se corresponde con la ausencia de las mujeres en el espacio público, como era el caso del espacio de la política en Polonia en 2001. La propuesta de una presidenta virtual era una ciencia ficción excitante precisamente porque esa posibilidad en ‘la vida real’ era poco probable o incluso activamente erosionada. Hester apunta que el trabajo desarrollado por mujeres es tratado de forma despectiva hasta que el mismo trabajo es operado por una máquina, momento en el que se convierte en símbolo del dominio humano sobre tareas sofisticadas por medio de una herramienta técnica. La cultura popular produjo incontables imágenes de esposas y madres fastidiosas urgiendo a la gente a recoger sus cuartos pero cuando Siri emite la misma orden es aplaudida y celebrada como un signo de progreso. El estatus del trabajo cambia de forma dramática “si [es] asociado con objetos valorados culturalmente en vez de con sujetos socialmente denigrados.” Lo mismo pasa con el trabajo político: un bot de presentación femenina, controlado y distinto de las cosas terribles que generalmente suceden en los cuerpos, es el signo del avance técnico, pero una mujer real en la política, o una ciudadana, es otra historia.

Esto persiste en el presente. De forma destacada, a Sophia, el robot producido por Hanson Robotics, le fue concedida recientemente la ciudadanía en Arabia Saudí y, así, fue la única ciudadana, ‘de presentación femenina,’ que asistió a una cumbre de empresa y tecnología en Riad en 2017. Siguiendo esta lógica, la respuesta a mi pregunta original sería un ‘no’: un avatar femenino o cualquier ‘representación’ de una mujer no es suficiente como caso feminista aunque siempre es un caso para el feminismo. A partir de ahí, todo el asunto podría descartarse sin demasiada complicación, bastaría con señalar que Wiktoria fue engendrada por un grupo de — predominantemente — ‘hombres.’ Esta ‘gran revelación’ podría dar fin a este artículo. Yo podría proclamar que los creadores de Wiktoria no pudieron evitar proyectar sus ideales descuerpados, gerenciales, sobre el cuerpo efímero de una candidata presidencial mujer de ciencia ficción. Y sin embargo, Plant nos diría que este juicio es apresurado y nos haría recordar que el patriarcado no puede evitar feminizarse a sí mismo mediante las tecnologías en red. Siguiendo con esto, Amy Ireland escribe:

Cuando la inteligencia artificial aparece en la cultura codificada como masculina, es inmediatamente tomada por una amenaza. Aparecer primero como femenina es una estrategia mucho más astuta. Mujer: la herramienta inerte del Hombre, la intermediaria, el espejo, el velo o la pantalla. Absolutamente ubicua y totalmente invisible. Solo un componente pasivo más de la reproducción universal de lo mismo. El Hombre es vulnerable de un modo que “él” no puede ver — y en tanto que lo que él no puede ver dispone las condiciones por las que él se ve a sí mismo, él tiene que perderse a sí mismo para poder ver la cosa que lo amenaza. Él está en una disyuntiva: de una manera o de la otra, la cosa que no puede ver lo destruirá.16

Tanto para Plant como para Ireland, la condición espectacular, fetichizada, cosificada de las mujeres no es algo que deba rechazarse. En el largo plazo, es precisamente esta ostensible ‘seguridad’ de la mujer-objeto, la pasividad de su cuerpo fetichizado producido en la cultura como una imagen vacía lo que permite su replicación en masa. Para Plant, el ciberfeminismo viene del futuro — el presente es solo su efecto retroactivo y la multiplicación de la supuestamente débil mujer-imagen a través de la historia es igual al establecimiento de campamentos militares e implementación de espías para la progresiva complejización de las redes inteligentes. Es un juego largo el que estamos jugando.

Desde este punto de vista, Wiktoria es un caso feminista, sin saberlo sus creadores. ¿Quizá la imagen de la mujer es lo que permitirá a las mujeres un éxodo total de la representación? Puede que Wiktoria sea un fetiche patriarcal, enterrada en algún lugar del archivo de la red, un fácil objeto de desdén. Esta imagen de una mujer donde no había mujeres marcó la exclusión visible de las políticas mujeres del espacio público/ciberespacio en Polonia en 2001, sus cuerpos ausentes enmascarados por la presencia de la imagen de Wiktoria. Y sin embargo, Wiktoria Cukt, el ‘problemático’ icono ciberfeminista producido por la lógica patriarcal-gerencial, podría usarse como una distracción inteligente, una herramienta en lo que podríamos llamar, con Hito Steyerl, la política del spam. Para Steyerl, en la actual economía de la imagen, somos “representadas hasta quedar en pedazos.”17 En vez de luchar por representaciones más auténticas, podríamos usar imágenes ya existentes para ocultarnos o como una forma de camuflaje, una manera de desviar el apetito de los omnívoros aparatos representacionales. Wiktoria y otras feminoides fetichizadas atrapadas en una red de representaciones endebles, atrapada en un mundo sin cuerpos, podría ser reinventada como un ejercito de spam, absolviéndonos de nuestra propia participación en lo espectacular, “haciendo”, como lo explica Dominic Pettman, “el ingrato trabajo del Espectáculo por nosotrxs”.18 El ciberfeminismo podría adoptar estas imágenes dispersas, proto-fembots codificados en los anales del ciberespacio, sabiendo que a la larga, sobre la hierba de nuestras ciudades crecerán: lo que ha sido construido como un (ciber)espacio de dominación será poco a poco, pero inevitablemente, sustituido por su más baja, más común e ignorada especie. Los avatares están multiplicándose, exagerándose en su feminidad, esperando el momento adecuado. Estas políticas se llevarán a cabo en otro lugar.

La trama se complica. Si esta mujer-cosa abstracta, sin cuerpo, no puede ser juzgada con facilidad por el género de su avatar ni por el género de su creador, el ciberfeminismo, que he descrito como una respuesta a un género preocupado por los territorios, debe también cuestionar a Wiktoria Cukt como una forma de modelado geopolítico. La post-URSS constituye una especie de “tierra oscura” estereotipada en la academia (post)colonial, que ascendió a partir de la glorificación de la explotación colonial de Europa Occidental y se mantiene al invertir éstos canales establecidos de intelectualismo mientras que se abre a las ex-colonias deshaciendo el pensamiento colonial. Polonia no está en ninguno de los dos lados que constituyen la división entre “el oeste o todo el resto” o “colonias y colonizadores”. La famosa pregunta lanzada por David Chioni Moore — “¿Es el ‘post’ en post-colonial el mismo ‘post’ que en post-Soviético?” — es una pregunta para teóricos culturales y políticos.19 Para el ciberfeminismo, la pregunta sería más bien, ¿cómo se sitúan los cuerpos en este ciberespacio post-Soviético?

En 2014, escribe la historiadora del arte Wang Xin, cuando el mundo estaba celebrando el cuarto centenario del internet, “el hecho de que la World Wide Web nunca haya sido worldwide… era rara vez mencionado o explorado”.20 En lugar de una “especificidad rigurosa”, lo que había en su lugar como reacción predominante a este fracaso, se reduce con demasiada frecuencia a “pensamiento poscolonial y dinámicas raciales americanas, ambas muy a menudo confundidas como universales”, y la simultánea obligación de “traducir”, ahí donde el “los otros de hecho ya han obtenido una voz, que sirve solo para continuamente explicar, calificar y darse sentido a sí misma”. Lo post-Soviético podría muy bien ser uno de esos ornamentos conceptuales auto-orientalizante, fetichizado por medio de su “otredad” percibida, y exhibido como otro cimiento para políticas de identidad poco profundas, etno-nacionalismo nostálgico, u otras parálisis de la imaginación política. Pero Wang defiende que este fracaso a la hora poder engancharse a algún otro internet que no fuese el “occidental” está en la raíz de la ilusión de acceso instantáneo y simultáneo que enmascara el la naturaleza fundamental del ciberespacio: “el tiempo funciona de manera radicalmente diferente a través de la web.” Por ejemplo, nos dice, el lenguaje chino, muestra una gran variedad de temporalidades lingüísticas en la red, lo que significa que el aparentemente terreno llano de internet es en realidad complejo, con una geografía estratificada de manera desigual, donde una “ruptura semiótica está [garantizada] en cada giro interpretativo.”

Estas rupturas no son simplemente el resultado de distintas culturas nacionales o contextos culturales diversos, sino que lo son de la especificidad de las geopolíticas históricas (=temporales). Yo podría reclamar el ciberfeminismo polaco como una categoría de identidad pero, afortunadamente, no podría hacer lo mismo con uno post-soviético — lo post-soviético es un proceso, no un adjetivo. Tanto en lo post-colonial como en lo post-soviético el ‘post’ es aspiracional, si bien lo post-soviético acepta la disociación factual de lo político y lo económico, mientras que el colonialismo ha sufrido menos daños y perdura en gran medida. En lugar de afirmar que existe el ciberfeminismo polaco quiero habitar el ‘post’ no como un marcador cronológico sino como una aspiración hacia la entropía — el ‘post’ es una caída infinita, un deseo que va hacia la disolución. Si el ciberfeminismo incorpora los cuerpos al ciberespacio, el ciberfeminismo post-soviético ha de ser un axioma de cuerpos cayendo sin cesar a través de ese espacio, atrapados dentro de una temporalidad en bucle de entropía geopolítica. Si la ‘identidad’ se da aquí, es una identidad que está amortiguando, pendiente, atrapada en algún lugar del horizonte de sucesos, rodeada de imágenes mudas de Wiktoria Cukt y otro spam feminizado, allí plantada por alguna razón aún indescifrable: una política aún por suceder.

¿Quizás esta caída incesante en las secuelas de la disolución política reverbere a lo largo de las condiciones post-socialistas y post-coloniales, esbozando sus respectivos ciberespacios junto con los vectores de esta ilusionante entropía? La primera novella del escritor de ciencia ficción chino Liu Cixin retrataba un ciberespacio donde se revivían personajes icónicos de la historia que llevaban ahora una vida completamente computerizada. Tal y como le señala una líder al Mao digital, “vivir implica cambiar, vivir para siempre es cambiar por siempre” — apunta que la codiciada inmortalidad digital es también un fotograma congelado, la inmortalidad es muerte. En el último libro de su famosa trilogía El recuerdo del pasado de la tierra, Liu describe una situación similar, cuando la mujer de un científico que ha caído dentro de un pequeño agujero negro se querella con la compañía de seguros por el seguro de vida de su marido. La batalla resulta inútil porque el hombre continúa cayendo:

Los científicos observaban el agujero negro a través de microscopios controlados de forma remota, y descubrieron que en el horizonte de sucesos del agujero negro—lo que era la superficie de esa pequeña esfera con un diámetro de veintiún nanómetros—se encontraba la figura de una persona. Era 高 Way atravesando el horizonte de sucesos. Bajo la relatividad general, un observador desde la distancia vería un reloj ralentizándose cerca del horizonte de sucesos, y el proceso de caída de 高 Way hacía ese horizonte de sucesos también se ralentizaría y se extendería hasta el infinito. Pero dentro del marco de referencia de 高 Way, él ya había traspasado el horizonte de sucesos. Aún más extraño, las proporciones de la figura eran las normales. Había sido comprimido al rango del nanómetro, pero el espacio ahí también era extremadamente curvo. Más de un físico creía que la extraña estructura corporal de 高 Way no había sido dañada en el horizonte de sucesos. O lo que es lo mismo, que todavía seguía vivo en estos momentos. Por lo tanto, la compañía de seguros se negaba a pagar, pese a que 高 Way había traspasado el horizonte de sucesos en su marco referencial, y debería ya estar muerto. Pero el contrato del seguro se había escrito dentro del marco referencial de nuestra tierra, y desde esta perspectiva, era imposible probar que 高 Way estuviese muerto. Ni siquiera era posible empezar el proceso de liquidación.21

El ciberfeminismo es un discurso histórico específico y no puede ser pensado separado del ciberespacio, un concepto que se queda corto a la hora de mapear como entendemos hoy la sociedad en red. Nos da poco en términos de políticas coherentes, pero puede ser una herramienta instructiva para interrogar cómo las retóricas de la materialidad, el cuerpo y lo femenino funcionan dentro de la idea estética de ‘el ciberespacio,’ y qué tipos de configuraciones geopolíticas emergen a partir de él. Esta cuestión está plagada de trampas que fácilmente podrían producir políticas de identidad ornamentales, donde cada nación reclame su aproximación específica al problema. De manera diferente al canon del ciberfeminismo, los ciberespacios post-soviéticos o post-socialistas no se conquistan mediante plasticidad corporal o una materialidad descontrolada. La herencia con la que me comprometo aquí tiene poco del détournement de VNS Matrix o de la feminización profética de las tecnologías descentralizadas y táctiles que desarrolla Plant en su trabajo. Hay, por el contrario, la sensación de que no es ni siquiera posible comenzar el proceso de liquidación. La noche nunca cae o cae por siempre, igual que la luz atrapada dentro de un agujero negro. En un momento en el que el análisis cultural produce un sin fin de estéticas personalizadas como subtítulos para las políticas, la caída libre o el fotograma congelado de los espacios ciberfeministas post-soviéticos podría ser un modelo para el lugar donde las políticas representacionales vienen a morir. En lugar de representación emancipatoria, aquí está, por siempre desplegándose, el cementerio del spam patriarcal.


  1. Bator, Joanna. Ciemno, prawie noc. Wydawnictwo W.A.B. 2012, 83. Mi traducción. 

  2. Este texto debut de Liu, publicado en 1989, nunca se tradujo al inglés. Cito aquí de un párrafo corto traducido en Wang, Xin. “Asian futurism and the non-other.” e-flux, vol.81, (2017). 

  3. Gibson, William. Burning chrome. Hachette UK, 2017. Reissue. 

  4. La espacialidad, y la ‘frontera’ cibernética, es uno de los temas sobre los que más se ha escrito en estudios ciberpunk, por ejemplo, Bukatman, Scott. “The Cybernetic (City) State: Terminal Space Becomes Phenomenal.” Journal of the Fantastic in the Arts, 2.2 6 (1989): 42-63; Yen, Alfred C. “Western frontier or feudal society: Metaphors and perceptions of cyberspace.” Berkeley Tech, LJ 17, 2002; Sardar, Ziauddin. “alt. civilizations. faq cyberspace as the darker side of the West.” Futures 27.7 (1995): 777-794. 

  5. Por ejemplo, Spelman, Elizabeth V. “Woman as body: Ancient and contemporary views.” Feminist theory and the body. Routledge, 2017, 32-41. 

  6. V. N. S. Matrix, “Cyberfeminist manifesto for the 21st century.” Sterneck. net. http://www.sterneck.net/cyber/vns-matrix/index.php (1991); Plant, Sadie. Zeros+ones: Digital women+the new technoculture*. Fourth Estate, 1997. 

  7. Plant, Sadie. “On the matrix: Cyberfeminist simulations.” The cybercultures reader (2000): 327-328. 

  8. Berardi, Franco. The soul at work: From alienation to autonomy. Semiotext(e), 2009; Kember, Sarah, and Joanna Zylinska. Life after new media: Mediation as a vital process. M.I.T. Press, 2012. 

  9. Kember, Sarah. “Reinvenitng cyberfeminism: cyberfeminism and the new biology.” Economy and society 31.4 (2002): 630. 

  10. Hayles, N. Katherine. “Narratives of evolution and the evolution of narratives.” Cooperation and conflict in general evolutionry processes (1994): 113-132; Coole, Diana, and Samantha Frost. “Introducing the new materialisms.” New materialisms: Ontology, agency, and politics (2010): 1-43. 

  11. Esta y siguientes citas traducidas por mí del programa político de Wiktoria Cukt según aparece en vídeo de archivo, accesible aquí: https://artmuseum.pl/pl/filmoteka/praca/c-u-k-t-wyrzykowski-piotr-wiktoria-cukt 

  12. Examino la evolución de esta idea en más detalle en una publicación próxima, Konior, Bogna M. “Apocalyptic Memes for the Anthropocene God: Mediating Crisis and the Memetic Body Politic.” Post-memes: Seizing the memes of production, Punctum Press, 2019. 

  13. Wark, MacKenzie. A hacker manifesto. Harvard University Press, 2004. 

  14. Deleuze, Gilles, and Félix Guattari. A thousand plateaus: Capitalism and schizophrenia. Bloomsbury Publishing, 2014. Translated by Brian Massumi. Reissue. 

  15. Hester, Helen. "Technically Female: Women, Machines, and Hyperemployment." Salvage, 2016. http://salvage.zone/in-print/technically-female-women-machines-andhyperemployment

  16. Ireland, Amy. “Black circuit: Code for the numbers to come.” e-flux, vol.80, 2017. 

  17. Steyerl, Hito. “The spam of the earth: Withdrawal from representation.” e-flux, vol. 32.2 (2012): 1-9. 

  18. Pettman, Dominic. Infinite distraction. Polity Press, 2015, 201. 

  19. Moore, David Chioni. “Is the post-in postcolonial the post-in post-Soviet? Toward a global postcolonial critique.” Publications of the Modern Language Association of America (2001): 11-128. 

  20. Wang, ibid. 

  21. Liu, Cixin. Death’s end. Head of Zeus, 2016, 947-948. Translated by Ken Liu. 

Bogna M. Konior is a writer and a scholar based in Amsterdam and Hong Kong. She is a Lecturer in New Media and Digital Culture at the University of Amsterdam, a Research Fellow at the International Research Institute for Cultural Techniques and Media Philosophy at the Bauhaus- Universität Weimar, the Media and Technology editor at the Hong Kong Review of Books and the editor of Oraxiom: A Journal of Non-Philosophy.