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No puedo creer que hayas muerto (algunas reflexiones sobre las amistades fantasmales)

Caspar Heinemann

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No puedo creer que hayas muerto
Ni lo he intentado (No lo ha intentado)
Porque no has muerto, eres libre
No puedo creer que de verdad murieras

Y sé que eres feliz allí
Aunque no sé dónde

El otro lado (El otro lado)
El lado que trato de ver
No puedo creer que hayas muerto

— The Microphones/ Mount Eerie2

Entrando en el cuarto trimestre del primer año en el que no se puede realmente decir que haya vivido en ninguna parte, estoy pensando en quiénes son mis amigxs, y así dándome cuenta de que mi concepción de la amistad está tan dispersa en tiempo y espacio como lo estoy yo en estos “días”. Mis amigxs vivxs están desperdigadxs por el mundo, mientras que mis amigxs muertxs pasan el tiempo en un estado perpetuo de suspensión, que transcurre entre el haber comprado un par de cervezas en la tienda más cercana y, supuestamente, haber descubierto algo muy muy interesante en el camino. Tal vez sea un mecanismo de defensa por el que evitan sentirse más absolutamente muertxs que cualquier otra persona que no está en mi entorno más inmediato, un idealismo infantil aterrador y reconfortante a la vez.

No sé si esto es debido, o a pesar del hecho, de que siempre he mantenido conversaciones imaginarias con mis amigxs, con algunxs más que con otrxs, aunque no estuvieran presentes. Un interlocutor frecuente es mi amigo Dave, que trabajaba en una tienda de discos punk en Camden cuando yo tenía trece años y que puede que esté muerto, pero que igualmente podría darse el caso de que encontrase esto y se pusiese en contacto para hablar del disco nuevo y sorprendente de una banda ska anarcopunk. Dave había estado a punto de morir de un cáncer prematuro y raro antes de que yo lo conociera, una experiencia que había vivido casi como una resurrección, o al menos como haber probado las aguas de otro mundo. Esto hizo que se convirtiera en una fuente definitiva de sabiduría y confidencias para mí: mi consultor sentimental zombi punk rock. Solamente le vi una vez fuera del mostrador en un concierto de Adolescents, así que se convirtió en un público infinitamente paciente para mi angustia juvenil, aunque de forma objetiva estuviese cautivo tras el mostrador. Continué hablándole, en persona y también a distancia, durante años. Luego, en algún momento dejé de gastar mi dinero para el almuerzo en vinilos de siete pulgadas de bandas con nombres como Tipper’s Gore. Dejé, incluso, de tener dinero para el almuerzo y de ver a Dave. Todavía hablamos algunas veces.

Siendo adulto, he visitado la tienda en algunas ocasiones, ya sea solo mirando a través del cristal lleno de pegatinas o atravesando el umbral de la puerta con esperanzas. Ninguna de estas veces he visto a Dave, lo que me ha llevado a la creencia persistente y totalmente infundada de que está muerto. Podría haberle preguntado al dueño de la tienda, a quien no conocía tanto, “¿Dave trabaja aquí todavía? Sin embargo algo me detuvo, en parte cierta cortesía inglesa, atrofiada en lo emocional, a través de la cual intentaba ahorrarle al dueño la incomodidad de explicar que Dave había muerto en mi ausencia, pero también en parte la conciencia de que si nunca llegase a saber que Dave había muerto, Dave nunca llegaría a morir, seguiría siendo el amigo de Schrödinger y podríamos seguir quedando para salir, sin las complicaciones añadidas de las costumbres que rigen la vida del más allá, cualesquiera que sean. Todo esto es hipotético, dado que claramente existen muchas otras explicaciones para su ausencia — es posible que simplemente me estuviese perdiendo sus días de trabajo, o tal vez ya no trabajase vendiendo parches de Conflict. Pero digamos que para una parte de mi mente, a no ser que nos encontremos de nuevo, Dave está muerto. Una vez establecida esta creencia me inquietó darme cuenta de que en algún punto mis conversaciones con Dave habían pasado del mundo de lxs vivxs al mundo de lxs muertxs sin haberme enterado, ni siquiera él se había molestado en ponerme al día, o es que era yo tan malo comunicando que ni siquiera podía notar la diferencia. Me sentí turbado por la idea de que, si mi amigo hubiera muerto, esto no cambiaría nada en nuestra relación.

A pesar de cierta creencia en lo que se conoce como percepción extrasensorial, nunca he tenido la convicción de que estaba haciéndole a Dave una pregunta en mi cabeza, que Dave a 10 millas de distancia la estaba escuchando, que interrumpía lo que estuviese haciendo, y me enviaba su respuesta, sobre la chica o el chico o la droga o la enfermedad imaginaria. Simplemente que había construido un portfolio lo suficientemente completo con sus gestos, su conocimiento, opiniones, y patrones de habla que me permitían recrear un facsímil pasable en el momento en el que necesitase apoyarme sobre el mostrador de la tienda de discos punk en la calle principal de mi palacio-ciudad-estado mental. Tras su paso al mundo de lxs potencialmente muertxs, esto empezó a resultarme problemático. Lo que indicaba que parte de mi creía estar comunicándose con un Dave vivo de carne y hueso en tiempo real, pero que no estaba seguro de que esto fuese posible después de la muerte, y eso me hacia dudar de todo el proyecto.

Tratando de comprender ese sentimiento de incomodidad fruto del diálogo continuado con el quizás-muerto, me doy cuenta de que tiene que ver con el temor por lo que esto supondría para mis amigxs ausentes-aunque-vivxs, qué implicaría que las relaciones estén tan completamente basadas en la proyección que pueden continuar sin interrupciones después de la muerte. Merece la pena aclarar, en caso de que no quede claro, que la mayor parte de esto puede aplicarse a un tipo de amistad distante, gente con la que tuviste una noche intensa de conexión en un bar al otro lado del mundo pero con quienes puede que nunca llegues a compartir el mismo país de nuevo, personas con las que se fue apagando la llama hasta que parecía imposible de reavivar, pero que continuaste cargando con cariño al fondo de tu mochila. Por definición, esa gente que podría morir sin que llegases a enterarte. Algunos podrán pensar que este fenómeno encontrará su fin con las redes sociales, pero afortunadamente aún son una minoría lxs que viven una vida en la que cada persona que han conocido tiene un apellido y una cuenta de Instagram. Además, tristemente, es probable que cualquiera que haya crecido en torno a una comunidad marginada o “en riesgo” tenga un grupo de amigxs-quizás-muertxs. Esta sensación es distinta a la devastación total que acompaña una pérdida cercana que ha sido confirmada, aunque hay una conexión desconcertante entre las preguntas que plantea. Una vez abandonan la habitación, ¿se reducen todos a una serie de citas extraídas e imágenes de stock? ¿O existe algo mutuo y dinámico que evoluciona a pesar de la distancia? ¿Han muerto algunxs de mis amigxs y aún no me he enterado? ¿Para cuántas personas estoy quizás-muerto? ¿Van por ahí imaginando lo que diría mi yo de los 16 años? La comunicación con lxs seguro-muertxs se siente, de alguna forma, más clara, o al menos más clara dentro de sus dificultades. Tiene estructuras y rituales específicos, que puedes tener en cuenta o no, basados en saberes y creencias acumuladas a lo largo de la historia humana. Por otro lado, hay un no saber, una tensión involucrada en la comunicación con lxs quizás-muertxs, una falta de protocolo para comunicarnos con un plano desconocido que puede estar tan solo a unas calles de distancia.

Tengo tantas ideas a medias sobre la muerte, la vida, la metafísica y el cosmos como podrías esperar de alguien que escribe después de tomar psilocibina en microdosis, cuyas pestañas abiertas del navegador incluyen un texto sobre Dalai Lama y Expediente X, Terence McKenna dando un seminario sobre hermetismo y varios blogs de folk psicodélico. Pero a pesar de estar muy cómodo en la superficie pantanosa de ese universo, voy a tener que dejar atrás mis zapatos filosóficos, húmedos y agujereados, e intentar continuar con la sensación de amistad fantasmagórica, con las emociones y las éticas en torno a la amistad que emergen de las conversaciones con estxs amigxs inexplicablemente ausentes, vivxs o muertxs.

En su introducción a Lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher escribe “Lo fantasmal hace referencia a las preguntas metafísicas más fundamentales que unx podría plantear, preguntas relacionadas con la existencia y la no existencia: ¿Por qué hay algo cuando debería no haber nada? ¿Por qué no hay nada cuando debería haber algo?”. El proceso de búsqueda de unx amigx ausente comienza como algo totalmente cotidiano, algo como un “me pregunto cómo le irá”. Después pasa a ser inquietante con cada fracaso, su ausencia en el mundo exterior incompatible con la presencia que hemos preservado en nuestro interior. Una vez hemos imaginado la posibilidad de la muerte de unx amigx, la sensación inalterada de su presencia se convierte en una media vida fantasmal, sus palabras y gestos en reliquia familiar que ha de atesorarse. La amistad fantasmal existe en el parpadeo entre ese algo de la incomprensible inmensidad de la muerte y la nada de la mundanidad total de la vida (si bien en un vacío donde la muerte es imposible). La formulación habitual de la nada en la muerte y el algo en la vida se invierte y regresa con cada nueva esperanza, temor, hecho.

Nunca ha existido un momento apropiado para hacer un luto por Dave porque nunca se dio el momento de descubrir su muerte, ni siquiera recuerdo cuándo se me ocurrió esta posibilidad. Fue una conclusión gradual y completamente personal, fruto de una de las muchas ausencias y avistamientos frustrados. Esto lleva a una tristeza muy abstracta, sin salida real. Parece inapropiado hacer luto por alguien que podría no estar muerto. Si Dave estuviera definitivamente muerto, este ensayo podría leerse como un obituario deformado y egocéntrico. Pero como podría no estarlo, aparece suspenso en el espacio de reflexiones sobre una vida que una vez estuvo entretejida a la mía, aunque ya no lo está, pero que siempre estará, lo que suena a obituario, si no fuera por la arrogancia de proclamar la ausencia de alguien en tu vida como la ausencia de la misma vida de esa persona. Pero entonces, si está muerto, ¿se convierte esto en un obituario? ¿Por qué podría haber algo aquí cuando podría no haber nada? ¿Por qué podría no haber nada cuando podría haber algo?

Lo fantasmal es en parte la duda intrínseca del no saber y también la inquietud de percibir que una relación está teniendo lugar en términos desiguales. Ese temor de que estoy tomando sin ofrecer, porque probablemente no tengo demasiados consejos que ofrecer en lo relativo a la vida después de la muerte, o sobre lo que sea esa nueva vida de la cual no tengo información. Pero esa desigualdad percibida no llega a comprobarse — mi entendimiento de la situación es demasiado inestable para preguntar, esperar u ofrecer algo. Este tipo de relación no necesita nada específico, tampoco demanda ni provee nada en particular a ningunx de sus participantes. Al principio algo así se siente abstracto, inquietante y extrañamente desconectado del calor de la amistad. Fisher continúa:

La serenidad que se asocia con lo fantasmal —piensa en la frase “una calma fantasmal”— tiene que ver con la separación de las urgencias del día a día. La perspectiva de lo fantasmal puede darnos acceso a las fuerzas que gobiernan la realidad mundana pero que de manera ordinaria están ocultas, del mismo modo que puede darnos acceso a espacios de la realidad mundana. Es una liberación de lo mundano, escape de los límites de lo que comúnmente es tomado por realidad, que de alguna manera explica la atracción particular que genera lo fantasmal.

Visto desde esta perspectiva, la falta total de claridad en la amistad fantasmal comienza a insinuar algo liberador y radical. Existe una práctica budista llamada Mettā, una palabra Pali que se traduce al inglés como bondad amorosa. Mettā implica desear paz y bienestar a personas a diferentes distancias, comenzando por unx mismx, después a unx profesorx o mentorx, luego a un ser querido, a unx conocidx neutral, alguien con quien has tenido dificultades, y finalmente extendiéndolo a todo el mundo y a todo lo que hay en él. Siempre he tenido problemas con Mettā, sintiéndome como un adolescente indisciplinado y desdeñoso que se encuentra a dos domingos de abandonar la Iglesia de forma definitiva. Me parecía terriblemente abstracto —engreído y autoindulgente, o una imposición presuntuosa— de todas formas, ¿por qué iba a querer alguien mi bondad amorosa? Pero ahora, cuando llego a sentir el centro de la práctica, la sensación es similar a hablar con Dave que puede estar o no estar vivo, que puede estar o no estar muerto, que puede que sea localizable o no, que sea o que no sea yo hablando conmigo mismo, y estar en paz con la incertidumbre de ofrecer o aceptar esta calidez fantasmal es tanto muerte como es vida. Una conversación con unx amigx fantasmal es una conversación con el algo en la nada y con la nada en el algo.

Aceptar el rebote no linear entre luto y confort en la amistad fantasmal requiere amor sin expectativa, una entrega de gratitud al éter amistoso y confiar en que, en la amistad, llegamos a convertirnos en partes irrecuperables del otro. Más adelante, en Lo raro y lo espeluznante Fisher hace referencia a la obra Las puertas de Anubis, de Tim Powers, como ejemplo de lo fantasmal. En la novela, un joven académico, Brendan Doyle, es enviado al pasado en un experimento de carácter dudoso. Entonces se queda atrapado y decide rastrear las huellas de su objeto de estudio, un poeta oscuro llamado William Ashbless. Doyle llega a un lugar en tiempo y espacio que, por haberlo leído en una biografía, sabe que es el escenario donde Ashbless escribió una de sus grandes obras. El poeta nunca aparece, así que Doyle transcribe él mismo el poema de memoria. Queda desvelado, por supuesto, que Doyle es Ashbless, por lo que nadie escribió sus poemas: Doyle es sencillamente el autodenominado “mensajero y guardián”. Había descubierto los poemas, los había amado, y estos habían llegado a formar parte de él de modo tan esencial que pudo escribirlos, traerlos al mundo para que él mismo los descubriese y se enamorara. Puede que todxs seamos mensajerxs y guardianxs de los poemas de cada unx.

Pienso en el misterio de la afinidad al instante, encontrar por primera vez a quien con el tiempo se convertirá en amigx cercanx y pensar “no me puedo creer que nos hayamos encontrado entre todas estas rocas flotantes”, aunque parece inevitable que así sea, porque ya ha ocurrido. Los conocimientos técnicos de lo incognoscible del otro chocan con el sentimiento de conocer íntimamente, el saber que nunca llegaremos a saber choca con las amistades y las relaciones, la distancia y la muerte, todo lo que somos disperso a través de miles de personas dentro de nosotrxs mismxs. De este modo, incluso la relación no fantasmal lo es, reconocimiento del espacio vertiginoso que hay entre dos personas, espacio que, por necesidad, ha de existir entre los objetos para que sencillamente puedan existir.


  1. La traducción de Núria Molines para Alpha Decay al libro de Mark Fisher opta por traducir “eerie” como “espeluznante”. En el contexto de esta traducción podría también considerarse la traducción “fantasmal”, más cercana a lo “alucinado”, al amigo “invisible”, “proyectado” etc. 

  2. https://super45.cl/articulos/entrevistas/phil-elvrum-mount-eerie-the-microphones-sonidos-para-peliculas-imaginarias/ — “Eerie en inglés tiene un doble significado, por un lado es un nombre propio y, por otro, es un adjetivo. Significa ensoñado, pero un poco oscuro y fantasmal (…)” Mount Eerie es también una colina en el estado de Washington. 

Caspar Heinemann is a nondenominational gay transsexual poet and writer based in London, interested in counterculture, mysticism, springtime, and irreverence. His first book of poetry, Novelty Theory, is published by The 87 Press.